Haciendo un voluntariado en Brasil con Worldpackers

Aquí te cuento mi experiencia haciendo un voluntariado en Brasil con Worldpackers. Una de las mejores experiencias de mi vida.

6min

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 Ya era el tercer voluntariado como Worldpackers, la quinta parada que estaba haciendo en la ruta de Brasil. País encantador, creador de cultura, de música apasionante que contagia las ganas de bailar, y un clima tropical que llena de felicidad a su gente y viajeros de todo el mundo. 

Después de dormir una noche entera en un ómnibus, llegue a Serra do Cipo un pequeño pueblito del Estado de Minas Gerais, allí estaba la familia que me hospedaría por 9 días en la Ecovilla “Alicercevivo”, comunidad auto sustentable formada por tres casitas en las cuales vivía una sola familia. 

 Tuve la oportunidad de ser hospedada por Diogo y Babi, mis anfitriones quienes me fueron a recibir, y en ese momento me sentí completa. Condujeron el coche por unos cuarenta minutos, pero sólo me di cuenta al ver el reloj del auto, puesto a que había perdido la noción del tiempo mientras miraba la belleza y grandeza de las sierras. 

No estábamos sólo nosotros, había una presencia muy importante sentada a mi lado, Mel, su hija de dos años, recuerdo que en ese momento se mostraba tímida, no emitía ningún sonido, sólo me miraba.


Haciendo un voluntariado en Brasil con Worldpackers - compartiendo con otras voluntarias

¿Cómo era mi día a día haciendo un voluntariado en Brasil?

Ese día comencé a comer la mejor comida minera: casera, vegetariana, cosechada de la huerta. El sabor era magnífico, difícil de describir en palabras, tendrías que probarla. 

Babi era una mujer que trabajaba diseñando páginas web, pero además de eso cocinaba delicioso; yo la ayudaba y de paso intercambiábamos recetas y especias. Diogo por otro lado trabajaba en la huerta, hacia bioconstrucción y como si fuera poco, también era biólogo, pero cuando le pregunté a qué se dedicaba me dijo “en primer lugar soy padre”. 

Yo cuidaba de la pequeña Mel, dulce charlatana; jugábamos, íbamos al río, le leía cuentos, me enseñaba a mejorar mi portugués (fue la mejor maestra de todo el viaje, ¿quién dijo que los niños no le pueden enseñar a un adulto?), cantábamos y bailábamos. Los tres, junto a André el amigo de la primera casita, me hicieron sentir mejor que en casa.

Al siguiente día llego una voluntaria carioca, Ana, una chica de 22 años de edad, estudiante de arquitectura. Ella era estupenda. Nos despertábamos temprano, salíamos de las carpas, íbamos a meditar al río, y luego preparábamos el desayuno todos juntos. 

Yo cuidaba de Mel, ella en cambio hacía bioconstruccíon, pero, la curiosidad la mayor parte del tiempo se apoderaba de mi, por lo que también la ayudé a revocar una pared con barro. Fue muy divertido sentir cómo el barro se intentaba escapar de mis manos, y ni hablemos de pisarlo. El trabajo en equipo tuvo éxito, hacíamos las tareas, y difrutábamos mientras las realizábamos.


Haciendo un voluntariado en Brasil con Worldpackers - voluntariado en bioconstrucción

Por las tardes íbamos al río, acompañados de los siete perros del hogar. El agua sonaba entre las rocas, y despertaba el deseo de dormir una siesta. Caminábamos entre los pastizales, contemplábamos el atardecer, y luego volvíamos a la casita para merendar. Fue ahí cuando les enseñé a tomar mate, la típica bebida de los uruguayos y uruguayas, bien amarga, muy caliente. Lo intentaron pero no tuvo mucha aceptación.

“Ya es de noche, y no nos queremos ir a dormir dentro de la carpa, miremos las estrellas mientras escuchamos a los sapos cantar” nos repetíamos con Ana siempre. Así en la oscuridad, iluminadas solo por la luna, las horas transcurrían sin darnos cuenta. 

Intercambiábamos ideas, hablábamos de política, arte, de amores, viajes, comidas, estudio, enfermedades, y sobre todo nos preguntábamos sobre aquello que nos había impulsado a viajar solas

 Era su primera experiencia, no la mía, y le dejé en claro que de ahora en más, ella continuaría haciéndolo. 

El día que me fui de mi paisito, sabía que iba a volver. No sabía cuándo, pero lo tenía presente en el alma, allá tengo una parte de mi vida, mi mamá, mi abuela, mi hermana, tengo la facultad que me encanta, la playa, las tradiciones. Pero el cuerpo me decía que me tenía que ir, irme y andar, así que apronte un poco la mochila y comencé el viaje. 

Tenía diecinueve años y me estaba yendo sola a California, y fue de lo mejor que me pasó en la vida. Estaba perdida, me quería encontrar, y para eso me fui a buscar”. Le conté muchas aventuras cómo cuando jugué en Las Vegas (mi primera vez dentro de un casino) y casi me llevan presa por ser menor de edad, o como cuando hice dedo y conocí a unos chinos que estaban de luna de miel y me enseñaron a contar del 1 al 10, me enamoré de un americano, dormí en terminales, o aquella vez que conocí un músico y viajé en su Ferrari. Me miraba con cara de niña fascinada, se le iluminaban los ojos y posiblemente a mí el alma al recordarlo todo.

El sol saliendo detrás de la sierra, los sapos escondiéndose en el baño, las gallinas y gallos eran el despertador. Entre tapiocas y café, entre bossa nova y danzas, me sentía feliz, era libre. Naturaleza, mis pulmones se inflaban como nunca al respirar ese aire puro, y mi sonrisa se hacía más grande al conectar cada vez con esa familia. 

Algunos dicen que el amor se construye, otros que se encuentra, y yo me pregunto ¿por qué no pensar que las dos maneras son posibles? Amor fue jugar con dulce Mel a ser cocineras cuando revolvíamos en dos latones: hojas, piedras, flores y agua. Amor fue que Diogo me abrazara como un padre. Amor era que Babi cocinara cantando y contando historias graciosas. Amor era André al aceptar los mates. Amor fue coincidir con Ana. Amor fue estar en pura sintonía.


Haciendo un voluntariado en Brasil con Worldpackers - voluntariado en bioconstrucción

Lo más difícil de mi voluntariado en Brasil fue la despedida

Las palabras corrían en mi mente, llegó el momento en el que me tenía que ir. Recuerdo que pensé en quedarme ahí por todo el siguiente mes, entonces era cancelar mi vuelo a Manaos y contactarme con los del otro voluntariado porque no iba a poder ir. 

Lloraba. Intentaba que no se inundaran mis ojos de emociones, pero las lágrimas caían como lluvia, y me hacía río. “Aquí podes venir cuando quieras, siempre serás bienvenida” me decía Babi mientras me abrazaba fuerte, “Nos vemos en Rio de Janeiro en el final de tu viaje, y espero averiguar de qué lugar te conozco, porque yo, ya te conocía de antes” eran las palabras de Ana. Verdaderas, porque nos reencontramos donde ella vivía. Abracé a Diogo, me despedí de André, y no quería dejar que Mel se fuera de mis brazos.

Me fui, pero sé que voy a volver, como también sé que al escribir y contarle a mis amigos sobre ellos, les envío amor por el viento.

Brasil es un destino increíble para hacer un voluntariado

Brasil es un destino increíble para aplicar con Worldpackers, ofrece voluntariados diversos como para que cada voluntario encuentre el suyo. El portugués desde mi perspectiva es una lengua muy rica, y también variada: cada Estado tiene sus propias expresiones, acento, y velocidad (recomiendo que si no manejas muy bien el idioma que comiences por los Estados del sur, y luego visites el norte). 

Las comidas tradicionales son feijao con arroz y tapioca, y la bebida agua de coco, aunque lo clásico depende de cada Estado. Siempre es lindo conocer un lugar turístico, pero el atractivo del lugar serán las personas, por lo que ir a un pueblito poco conocido revelara secretos de los nativos y enriquecerá el viaje. 

La experiencia en Alicercevivo es recomendable para aquellos voluntarios dispuestos a ayudar, amantes de la naturaleza y los animales, personas tranquilas que busquen la calma, amables y respetuosos. 

En esta comunidad se logra economizar mucho, puesto a que el voluntariado ofrece las tres comidas del día, el hospedaje, y también no incluye mucho gasto de transporte (sobre todo porque el atractivo natural es la sierra y el rio). 

Recomendación personal: quedarse mínimo un período de tiempo de 10 días, para sentir el viaje, el cambio.



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